22.11.18

En movimiento, v2


En el camino

Las voces pasan lentamente de ser un murmullo inaudible a empezar a tener algo de sentido en medida que la puntada que siento en mi cráneo aparece y se hace más intensa. Empiezo a recordar con mayor claridad el golpe. Me pegaron desde atrás los cobardes.
—Doblá acá. —la voz tiene una cualidad aguda, chillona. Lo que mi cabeza necesitaba.
—Acá no hay que doblar todavía. —La otra voz es grave, impone respeto—. ¿Para qué tenés el GPS del celular?
Empiezo a sentir la presión en mis muñecas. Me ataron los brazos. Las piernas las siento entumecidas, pero no me las ataron. Tengo los ojos tapados pero puedo sentir el piso rígido. Debe ser esa camioneta tipo van que estaba afuera del bar.
—El GPS dice que dobles acá. Doblá.
—A ver: tenés GPS y no sabés ni dónde estamos. Yo conozco el camino. No hay que doblar acá —sonó determinante. Se nota que este problema venía de antes.
Sus imágenes borrosas se forman en mi mente. El grandote pelado y el petiso. Los dos tipos que mandó Salerno. Estaban merodeando por el estacionamiento del bar. Uno se me interpuso, el otro me pegó por la espalda. No llegué a verlo.
— ¿Qué dijiste? —como respuesta a un murmullo que, si él no lo entendió, yo, menos.
Nuevamente no llego a escuchar lo que dijo el de la voz chillona. El de la grave empieza a sonar más alterado en medida que va hablando:
— ¿Cómo que querés parar para mear? ¡Tenemos que entregarlo a este sin escala!
Al fin escucho al de la voz chillona de nuevo. La situación es un polvorín que espera una chispa para explotar. Tengo que ver cómo provocar esa chispa.
—Loco… no aguanto más. Y el Tano no va a decir nada por cinco minutos más o menos.
—No vamos a parar y se acabó. Fijate si se despertó el pelotudo este.
Crujidos del asiento. Se está incorporando. Se me acerca. Me toquetea. Me hago el dormido.
—Sigue dormido. —Suena complacido y agrega —: Parece que le di bien, ¿eh? —Deja escapar una risita. La voz chillona era difícil de soportar, la risa me llena de ganas de matarlo. Es como cuando alguien araña un pizarrón, pero mucho peor.
Le trabo un pie sin verlo. Puro instinto y percepción. Cae hacia el lado del conductor.
— ¿Pero qué hacés, pelotudo? —No le da tiempo a responder— esto se termina acá.
La marcha se detiene de repente. Ruedo hacia ellos. Siento de cerca cómo comienzan a fajarse. Vuelan un par de «te lo buscaste» entre los golpes. Algo como que “la chica” era de uno o del otro, y que cómo que se la fue a robar. Que el Tano siempre le da al uno o al otro las tareas más sencillas. Que la plata. Cada golpe acentúa o interrumpe una oración. Yo lucho con mis ataduras mientras los dos tarados siguen luchando entre ellos.
Justo cuando llego a sacarme el trapo que me cubre los ojos, se detiene la golpiza. La escena comienza a tomar forma. Uno, el petisito, está semi-consciente en un asiento, con el mismo bate de béisbol de aluminio con que me dio anoche en sus manos. El otro, el grandote, está desparramado en el asiento del conductor. No parece que vaya a volver a levantarse. El petiso no está en condiciones de evitar que yo manotee una de las pistolas. Lo apunto y le indico que me alcance el famoso celular.
Me entero de lo tarde que es. Busco el contacto del Tano Salerno y toco para llamar.
— ¿Pasó algo? —la voz ronca de Salerno muestra cansancio. Se nota que espera alguna mala noticia por parte del par de idiotas que despachó para buscarme.
—Tanito… —lo saludo como con entusiasmo, como si fuésemos amigos. —Acá tus amiguitos me llevaban a verte, pero no va a poder ser, ¿sabés? Hoy tenía otra cosa. Pero capaz la próxima… ¿Sí, Tanito? Nos vemos, campeón…
No paro a escuchar su respuesta, pero sí lo dejo escuchar el disparo antes de cortarle. Nos vamos a ver en otra ocasión, pero tendrá que mejorar su personal.


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Esta es la segunda versión del segundo trabajo práctico que hice para Taller de Escritura 2. Reescritura del original. 691 palabras.

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