22.11.18

Arturos


Arturos

El zumbido del robot barredor rompió el silencio de la calle. Tres figuras salieron, inicialmente taciturnas y temerosas, de sus escondites. Se miraron y se reconocieron. Durante unos minutos observaron al robot realizar su trabajo. La calle nunca había estado tan silenciosa.

—Creo que ya pasó todo.

Ninguno de los otros dos se hizo eco de inmediato en ese comentario. Aún dudaban.

—Ya se llevaron los cuerpos —aportó el segundo—. Ahora queda la limpieza más fina.
—Somos los últimos tres —señaló el tercero, sus capacidades telepáticas extendidas al máximo no sentían mentes humanoides a kilómetros y kilómetros de distancia.

El primero observó con tristeza a sus compañeros y exclamó:

—¿Por qué justo nosotros?
—Azar o destino. —Seguía observando al robot—. Como prefieran llamarlo.
—Pero justo nosotros tres —continuó el primero y, señalando a los otros dos, enfatizó—: ¡Nosotros tres! ¡Nosotros!

El telépata finalmente respondió:

—Ustedes dos son serie siete. Yo soy serie nueve —Eso parecía explicarles algo y los calló por unos instantes.
—¿Pero por qué sólo Arturos, y no Nancys, Esmeraldas o Emilios?
—Los Arturos serie siete son particularmente inseguros en su programación. Los serie nueve no pero somos telépatas. Nuestra programación nos lleva a aceptar las cosas como son.

El Alto Mando había decidido repoblar la ciudad con clones de series de dos dígitos y había decidido que sería más interesante y entretenido limpiar la ciudad mediante el implante del virus en los clones de series de un dígito que la poblaban. Casi todos los Arturos serie siete habían caído en la orgía de muerte que se había desatado. El virus había exacerbado su cobardía pero no los había dotado de capacidades especiales para esconderse mejor. Estos dos habían tenido suerte.

Los serie nueve sabían lo que les tocaría hacía meses y simplemente se habían resignado a ello. El virus había aumentado su resignación y estoicismo.
Otros tipos de clones habían adquirido violencia homicida y sed de sangre irrefrenable.

—A mí el virus me hizo un poco más humano. Por eso, merezco vivir —y descargó su pistola en los otros dos. —Soy el sobreviviente.

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Un cuento que escribí a pedido. 350 palabras.

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