23.7.18

Arrastrados por el viento, v3 "Los que el viento se llevó"


Los que el viento se llevó

Sarah Kay era una mujer que lo había perdido todo. Como muchos de nosotros durante aquellos días. Esos días de tormentas de polvo, los bancos se apropiaban de todo y sus asaltantes se convertían en héroes populares. Pero no había héroes en la vida de gente como Sarah. Todos los que contamos su historia coincidimos en que ella salió temprano de su casa esa mañana en que el banco la iba a desahuciar. Llevaba con ella a su hijo Billy y una vieja valija. En algún momento, esa valija hubiera podido servir para un viaje de vacaciones a Nueva Orleáns o St. Louis. Pero en esas circunstancias, debería servir para acompañar a ambos en el largo camino hacia el Océano Pacífico y la esperanza de trabajo en el estado de California.

A medida que caminaban, uno o el otro tropezaban ocasionalmente con las piedras que se asomaban a mirar el cielo azul. Faltaría poco para verlo ennegrecido por el polvo de otro black blizzard. La valija, a veces a su lado, a veces por sobre sus hombros. Su contenido era inmensamente valioso: una o dos mudas de ropa, las últimas pertenencias que le quedaban a ella y a Billy, y especialmente la foto. La imagen enmarcada mostraba a Sarah Kay y a Billy cuando todavía era un bebé, junto a Dick, frente a la abundante cosecha de 1927. Los adultos sonreían. El bebé tal vez sabía algo que ellos aún ignoraban.

Sarah se detuvo un instante a respirar y a secarse el sudor de la frente y posiblemente pensó en su marido muerto. Dick se había calzado el sombrero una noche y había ido a jugarse al póker los últimos dólares de la familia a un bar como éste. Tuvo suerte un par de manos y un parroquiano lo acusó de tramposo. Comenzaron a discutir. Todos estaban bebiendo este mismo whisky que le agradezco. Casi todos estaban armados también. No hace falta aclarar cómo terminó el asunto. Creo que en eso pensaba ella en ese momento.

Sarah reanudó su camino bajo el sol abrasador. Cada paso se hacía más difícil. El niño por momentos se quedaba atrás. Le costaba mucho respirar. Sarah se volvía hacia él, intentaba ayudarlo. Cada paso los acercaría un poco más hacia California. Al océano. A la promesa de trabajo. Ella tal vez se podía vislumbrar ganándose el pan, pudiendo llevar a Billy a un médico para que viera sus pequeños pulmones llenos de ese negrísimo polvo. Tal vez se imaginaba una casita frente al océano, donde la foto, desde una repisa, recibiría las últimas caricias del sol que se ahogaría en el Pacífico.
Tropezó con una grieta en el asfalto, justo en un cruce de caminos. La valija cayó al piso. Desesperada, fue a ver que el vidrio de la foto no se hubiese roto. Cuando levantó la vista, antes siquiera de voltearse a ver si Billy estaba bien, lo vio a él.

Yo estaba a la distancia, acampando con otros buscavidas. Nuestra existencia no difería mucho de la de Sarah, aunque lo habíamos perdido todo mucho antes. Cuando nos reuníamos a contar historias frente al fuego, una recurrente era la del diablo que se le aparece a la gente. Siempre te ofrece algo y siempre te pide algo a cambio.

Yo los venía siguiendo, a la distancia, con la mirada. Hasta que lo vi. El ser que estaba frente a Sarah parecía, desde lejos, un banquero, un tipo refinado proveniente del Este, bien vestido. Aún ahora, tantos años después, tras la tercer ronda de whisky que le agradezco, y brindando por el viejo Roosevelt, que desde su silla de ruedas nos gobernaba durante aquellos sombríos días, me es imposible olvidar esa mirada. Vea, esa cosa me miró a mí durante un instante y se me congeló la sangre.

No escuché bien qué le dijo a Sarah, pero los vi forcejear por el contenido de esa valija y empecé a acercarme lo más rápido que pude. Sí llegué a escuchar su resonante no. Esos ojos enfurecidos por la negativa, puedo jurar que de ahí vinieron todas las tormentas de polvo que azotaron esta gran nación. En ese mismo momento, sentí el olor al polvo en el aire, el ruido de los truenos. Y parecía que se venía el fin del mundo. Cuanto la tormenta pasó y pude llegar a ellos, él no estaba más. Posiblemente se había ido con la tormenta infernal. Las figuras de Sarah Kay y de Billy, que ya no respiraban pesadamente, yacían sobre el pavimento, cubiertas de polvo. La mujer estaba firmemente aferrada a su hijo y a esa vieja valija.


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Esta es la tercerca versión de un cuento que publiqué hace poco, el segundo trabajo práctico para la primera materia práctica de la carrera de Licenciatura en Artes de la Escritura que empecé a cursar este año. El trabajo acá era corregir el cuento teniendo en cuenta observaciones recibidas. Reciclé gran parte de la versión anterior y le puse un nuevo título. 770 palabras.

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