6.6.18

Arrastrados por el viento, v2


Sarah Kay era una mujer que lo había perdido todo. Como mucha gente en esos días. Esos días de tormentas de polvo, los bancos se apropiaban de todo y sus asaltantes se convertían en héroes populares. Pero no había héroes en la vida de Sarah. La mañana en que el banco la iba a desahuciar, ella salió temprano de su casa, llevando con ella a su hijo Billy y una vieja valija. En algún momento, esa valija hubiera podido servir para un viaje de vacaciones a Nueva Orleáns. Ahora, debería servir para acompañar a ambos en el largo camino hacia el Océano Pacífico y la esperanza de trabajo en el estado de California.

A medida que caminaban, uno o el otro tropezaban ocasionalmente con las piedras que se asomaban a mirar el cielo azul. Faltaría poco para verlo ennegrecido por el polvo de otro black blizzard. La valija, a veces a su lado, a veces por sobre sus hombros. Su contenido era inmensamente valioso: una o dos mudas de ropa, las últimas pertenencias que le quedaban a ella y a Billy, y especialmente la foto. La imagen enmarcada mostraba a Sarah Kay y a Billy cuando todavía era un bebé, junto a Dick, frente a la abundante cosecha de 1927. Los adultos sonreían. El bebé tal vez sabía algo que ellos aún ignoraban.

Sarah se detuvo un instante a respirar y a secarse el sudor de la frente y posiblemente pensó en su marido muerto. Dick había ido una noche a jugarse al póker los últimos dólares que les quedaban a ver si tenía un golpe de suerte. Intentó generarse la suerte con un par de ases en la manga. Pero esa jugada no sólo le costó sus últimos dólares, sino también su vida. La mujer continuó caminando bajo el sol abrasador. Cada paso, más difícil. El niño por momentos se quedaba atrás. Le costaba mucho respirar. Sarah se volvía hacia él, intentaba ayudarlo. Cada paso los acercaría un poco más hacia California. El océano. La promesa de trabajo. Ella tal vez se podía vislumbrar ganándose el pan, pudiendo llevar a Billy a un médico para que viera sus pequeños pulmones llenos de ese negrísimo polvo. Tal vez se imaginaba una casita frente al océano, donde la foto, en una repisa, recibiría las últimas caricias del sol que se ahogaría en el Pacífico.

Tropezó con una grieta en el asfalto. La valija cayó al piso. Desesperada, fue a ver que el vidrio de la foto no se hubiese roto. Cuando levantó la vista, antes siquiera de voltearse a ver si Billy estaba bien, lo vio a él.

Yo estaba a la distancia. Acampando con otros buscavidas. Nuestra existencia no difería mucho de la de Sarah. Sólo que lo habíamos perdido todo mucho antes. Yo los venía siguiendo con la mirada hasta que lo vi. Cuando nos reunimos a contar historias frente al fuego, una recurrente es la del diablo que aparece en los cruces de caminos. Siempre te ofrece algo, y siempre te pide algo a cambio. El ser frente a Sarah parecía un banquero, un tipo refinado proveniente del Este. Pero sus ojos nunca los podré olvidar. No eran ojos humanos. Aún ahora, tras la tercer ronda de whisky, y brindando por el viejo Roosevelt que desde su silla de ruedas nos gobernaba durante aquellos sombríos días, me es imposible olvidar esa mirada.

No escuché bien qué le dijo, pero creo que le ofreció llegar a California en un día por la vida de su hijo moribundo y por el contenido de esa valija. Sí llegué a escuchar su resonante no. Esos ojos enfurecidos por la negativa, puedo jurar que de ahí vinieron todas las tormentas de polvo que azotaron esta gran nación. En ese mismo momento, sentí el olor al polvo en el aire, el ruido de los truenos. Y parecía que se venía el fin del mundo. Cuanto la tormenta pasó y pude acercarme a ellos, él no estaba más. Posiblemente se había ido con la tormenta infernal. Las figuras de Sarah Kay y de Billy, que ya no respiraban pesadamente, yacían sobre el pavimento, cubiertas de polvo. La mujer estaba firmemente aferrada a su hijo y a esa vieja valija.

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Esta es la segunda versión de un cuento que publiqué hace poco, el segundo trabajo práctico para la primera materia práctica de la carrera de Licenciatura en Artes de la Escritura que empecé a cursar este año. El trabajo acá era reescribir el cuento teniendo en cuenta observaciones recibidas. Nuevamente, lo escribí en algo menos de una hora. 704 palabras.

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