Tetera Tornasol
Chito me explicó que en su interior la tetera tenía
incrustada una cápsula con unos hongos que no morían ni por exposición al agua
hirviendo. La infusión que salía de la tetera generaba visiones que
invariablemente parecían mostrar el futuro. La vieja que me contrató para
recuperarla no me había explicado la importancia de la tetera. Empezó hablándome
del policía muerto, la explosión del edificio y los otros eventos que al
principio parecían inconexos. Camino a su residencia, desde mi vétol (de VTOL,
por “Vertical Take-off and Landing”) me cayó la ficha. No le dio importancia a
la tetera porque sabía que si lo hubiera hecho, yo le habría cobrado más. Pero
yo tenía la tetera en mi poder mientras iba camino a verla.
En eso, en la pantalla principal del vehículo, el trillado
mensaje de los representantes de la ley. Levanté la vista y vi dos patrulleros
atrás, uno delante, formando un triángulo, rodeándome. Chito me había advertido
acerca de esto. En las redes policiales se batía que yo había matado al yuta.
Tal vez la vieja tenía algo que ver con ese rumor.
Con el habitual movimiento gestual, indiqué a la
computadora central del vétol que respondiera. Les dije a los yutas que iba a
descender según el protocolo. Cuando se dieron cuenta del truco, también
descubrieron cuán tuneados estaban los motores de mi modelo T. No tenían chance
de alcanzarme. Los dejé atrás en unos pocos minutos. Uno de los patrulleros
atrás mío se llevó puesto todo un decimoctavo piso. Se iban a comer un flor de
juicio por eso. Y a mí, si me llegaban a agarrar, me iban a matar “por
resistirme al arresto”, fija.
No sé por qué lo hice, pero le tiré algo de agua de mi
termo a la tetera, y serví de esa agua pasada por hongos locos en mi mate. Al
principio, no sentí nada anormal. A los instantes, escucho zumbar las balas. Un
mar de ratis de riguroso negro con ametralladoras, buscando venganza. Abrí el
parabrisas del vétol y sentí cómo el aire húmedo y helado se metía y me
golpeaba la cara. El frío de la noche lluviosa hizo que se disipasen las balas.
Veo la cara de la vieja. Sorna. Risas. Llanto. Todo mal. Fuego en el hogar. Un
perro. Un setter irlandés que se sobresalta. La textura de su pelo en mi mano
sintética. Puedo sentirla como en la otra mano. Como si el plástico y la goma
pudieran sentir. Luces. La voz del vétol me anunció que llegué a destino. Los
últimos kilómetros los había hecho a través de dirección automática mientras yo
flasheaba.
Deje el auto en la azotea de la casa. Al lado había
otros varios vétoles, muy lujosos. Carísimos. La vieja iba a tener que ponerse.
No se la iba a dejar pasar así nomás. Cuando salí del coche, la lluvia se
intensificó. Me recibió un sirviente. Completamente sintético. La voz estaba
casi perfectamente lograda. Me pregunto si esas microfallas son para que se
note que son sintéticos. Este, casi, casi parecía humano, pero estaba demasiado
pulcro, incluso para ser un sirviente de una vieja millonaria.
La vieja, dueña del único grupo de multimedios del
país, estaba varios pisos más abajo. Pasé por varios controles y tuve que dejar
mis armas, salvo la pistola plástica que forma parte de mi pierna derecha. El
diseño de Chito superó los escáneres y las capacidades del sirviente. Mi mano
sintética, pintada para hacer juego con la pierna, empuñaba firmemente la
tetera. El sirviente venía intentando en vano que se la alcanzara. El ascensor
se detuvo en el piso elegido por el sirviente. Justo antes de que se abrieran
las puertas, sentí otro eco. Veo a los
canas de negro. Oigo la risa. Veo mi sangre. Forma un charco creciente en la
alfombra frente al hogar mientras el perro se acerca. Salí del ascensor.
Mi pantalla ocular mostró una rápida lectura e informe
del piso. Por mi escáner retinal pude ver varios sicarios escondidos, apostados
ahí por si la negociación se iba al carajo. Ella estaba sentada frente al hogar
con el setter a sus pies. El perro levantó la cabeza hacia mí, mirándome como
con cariño. Examiné la situación. No podía dar cuenta de todos ellos sólo con
la pistola en mi pierna. Mierda. Iba a tener que darle la tetera por las
buenas. Me di cuenta que la risa que resuena no es de la vieja. Es mi risa. La
vieja está aterrorizada. Los de negro no son canas, sino sus sicarios. Entendí
qué me tocaba hacer. Me reí porque la vieja esta vez no se va a salir con la
suya. Cagué a tiros la tetera con la pistola que estaba alojada en mi pierna.
Luego las visiones se hicieron realidad.
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Escribí este "delirio cyberpunk" para un concurso de cuentos de un grupo de Facebook. No fue muy exitoso pero me gustó escribirlo. 800 palabras. Ambientado en el mismo universo de mis dos novelas sin terminar (todavía).